El aire del spa estaba impregnado de un dulce aroma a jazmÃn y sándalo, las luces tenues danzaban en las paredes de madera pulida, y una suave melodÃa de cuerdas resonaba como un susurro. Sandy entró en la sala de masajes, su cuerpo envuelto apenas en una sábana blanca que dejaba entrever las curvas de sus piernas largas y torneadas. Era una visión de pura sensualidad, una diosa de carne y hueso que sabÃa el poder que su cuerpo ejercÃa. Sus pechos, redondos y firmes, se insinuaban bajo la tela, con pezones que marcaban su presencia como pequeños secretos ansiosos por ser descubiertos. TenÃa una vulva grande, voluptuosa, con un monte de venus prominente que parecÃa creado para ser admirado. Sus labios vaginales, carnosos y perfectamente delineados, eran una obra maestra de la naturaleza, y Sandy los amaba, los acariciaba en la intimidad de su alcoba, deleitándose en su suavidad y en el calor húmedo que emanaba de ellos.
Se recostó en la camilla, la sábana
cayendo a un lado, dejando su cuerpo casi desnudo salvo por una diminuta tanga
negra que se hundÃa entre sus muslos, marcando un cameltoe tan pronunciado que
parecÃa gritar por atención. Su piel dorada brillaba bajo la luz de las velas,
y sus dedos, como por instinto, rozaron ligeramente el contorno de su monte de
venus, un gesto que la hizo sonreÃr con picardÃa. Sandy sabÃa lo que tenÃa, y
lo amaba.
Mateo entró en la sala, su cuerpo un
poco atlético moviéndose con una mezcla de confianza y timidez. No era un
hombre de músculos exagerados, pero su torso definido y sus brazos fuertes fueron
suficientes para acelerar el pulso de Sandy. Sus ojos oscuros se posaron en ella,
y por un momento, su respiración se detuvo. La visión de su cuerpo, la curva de
sus pechos, el triángulo perfecto de su tanga, lo dejaron sin palabras. Tragó
saliva, intentando mantener la compostura, pero el bulto en su tanga delataba
el efecto que ella provocó sobre él.
—Buenas tardes, Sandy —dijo con voz
ligeramente temblorosa, colocando sus manos cálidas sobre los hombros de ella—.
Vamos a empezar con un masaje relajante.
Sandy asintió, sus labios curvándose en
una sonrisa que era a la vez inocente y provocadora. Mateo comenzó a deslizar
sus manos por su espalda, sus dedos expertos deshaciendo nudos de tensión, pero
su mirada no podÃa evitar desviarse hacia el contorno de su cameltoe, tan
visible, tan tentador. Cada vez que sus manos bajaban por la cintura de Sandy,
el aroma de su cuerpo lo envolvÃa, un perfume natural, cálido, ligeramente
almizclado, que emanaba de entre sus piernas y lo hacÃa sentir ardiente de
deseo.
—¿Te importa si trabajo en tus muslos?
—preguntó, su voz ahora más grave, casi suplicante.
—Adelante —respondió Sandy, su tono
cargado de una invitación implÃcita. Ella separó ligeramente las piernas,
dejando ver lo profunda que estaba metida la tanga y que delineaba cada pliegue
de la vulva.
Mateo vertió aceite tibio en sus manos y
comenzó a masajear sus muslos, sus dedos temblando ligeramente al acercarse a
ese triángulo prohibido. Cuando sus dedos rozaron el borde de la tanga, sintió
la tela húmeda, y el calor que radiaba de ella lo golpeó como una ola. Sandy
dejó escapar un suave gemido, sus caderas moviéndose apenas, como si lo
invitara a explorar más. Mateo, incapaz de resistirse, deslizó un dedo por la
rajadura marcada por la tanga, trazando lentamente el contorno de su cameltoe.
Era grande, abultado, perfecto, y la humedad que se filtraba a través de la
tela lo volvió loco.
—Ohhh, eres... increÃble —murmuró, su
timidez desvaneciéndose ante el deseo puro.
Sandy rió suavemente, girando la cabeza
para mirarlo con ojos encendidos. —QuÃtamela —susurró, refiriéndose a la tanga.
Mateo no necesitó que se lo pidiera dos
veces. Con manos temblorosas, deslizó la tanga por sus piernas, revelando la
vulva más hermosa que habÃa visto en su vida. Los labios vaginales de Sandy
eran carnosos, rosados, brillantes de humedad, y su monte de venus se alzaba
orgulloso, invitándolo a besarlo. El aroma de su sexo lo envolvió, un perfume
embriagador, dulce y salvaje, que lo hizo gemir de pura lujuria. Se inclinó,
incapaz de contenerse, y acercó su rostro a su coño, inhalando profundamente.
El olor lo enloqueció, y sin pensarlo, su lengua se deslizó entre los labios
vaginales, saboreando su dulzura salada, lamiendo con devoción sus labios húmedos
y los ricos fluidos.
Sandy arqueó la espalda, sus manos
apretando la camilla mientras gemidos escapaban de su garganta. —SÃ, asÃ...
—jadeó, sus dedos deslizándose hacia sus propios pechos, pellizcando sus
pezones erectos mientras Mateo chupaba sus labios vaginales con una mezcla de
reverencia y hambre. Su lengua exploraba cada rincón, trazando cÃrculos
alrededor de su clÃtoris, bebiendo la humedad que fluÃa de ella como un
manantial.
El cuerpo de Sandy tembló, sus muslos
apretándose alrededor de la cabeza de Mateo mientras un orgasmo la atravesaba
como un relámpago. Gritó, su vulva palpitando contra la boca de él, liberando
una oleada de jugos que Mateo lamió con avidez. Ella estaba empapada; su coño palpitaba
y Mateo, con el rostro aún entre sus piernas, sintió su propia erección
dolorosamente apretada contra sus pantalones.
No pudo esperar más. Se puso de pie, se
despojó de su ropa con movimientos torpes, y su verga, dura y pulsante, quedó
libre. Sandy lo miró con ojos vidriosos de placer, abriendo las piernas un poco
más, invitándolo a que la penetrara. Mateo se posicionó entre sus muslos, y la
punta de su miembro rozaba los labios húmedos de su vulva. La penetró
lentamente al principio, sintiendo cómo su coño lo envolvÃa, cálido, apretado,
perfecto. Pero la timidez de Mateo se desvaneció, y pronto estaba embistiéndola
con fuerza, sus caderas chocando contra las de ella, el sonido de sus cuerpos
resonando en la sala.
Sandy gemÃa sin control, sus tetas
rebotando con cada embestida, sus manos acariciando su propio monte de venus
mientras Mateo la follaba. Él estaba perdido en ella, en el calor de su cuerpo,
en el aroma que envolvÃa la sala. Pero el placer era demasiado intenso, y en
pocos minutos, sintió el orgasmo acercarse como una tormenta. Con un gemido
gutural, salió de ella justo a tiempo, su verga palpitó, y chorros de semen
caÃan sobre los labios vaginales de Sandy, cubriendo su piel dorada con perlas
blancas que brillaban bajo la luz.
Sandy sonrió, sus dedos deslizándose por
su sexo, esparcieron el semen de Mateo con una mezcla de orgullo y
satisfacción. —Eres bueno, Mateo —susurró, su voz aún temblorosa por el placer.
Mateo, jadeando, la miró con adoración,
sabiendo que nunca olvidarÃa a esta diosa ni el sabor de su cuerpo.
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