El bar "El Cuervo Negro" estaba sumido en una penumbra acogedora esa noche de sábado, con lámparas ámbar que proyectaban reflejos dorados sobre las mesas de madera gastada. El aire olía a whisky añejo, a perfume caro y a una promesa tácita de aventuras clandestinas. Sandy cruzó el umbral con la seguridad de quien sabe que todos los ojos se posarán en ella. Sus leggings verdes, brillantes bajo las luces tenues, se adherían a su cuerpo como una caricia insolente, delineando cada curva de sus caderas anchas y sus muslos firmes. La tela elástica marcaba un cameltoe sutil pero provocador, un detalle que ella llevaba con orgullo, consciente del poder que ejercía. Su figura era un canto a la voluptuosidad: cintura marcada, pechos generosos que se insinuaban bajo una blusa negra ajustada, y un sexo que, aunque oculto, se adivinaba prominente, con una profundidad que su marido, Tom, había descrito en sus fantasías más oscuras como "un abismo de placer".
Tom ya estaba ahí, sentado en una mesa apartada cerca de la
ventana, con una cerveza tibia frente a él y el corazón latiéndole en la
garganta. Habían planeado esto durante meses, susurrándose promesas al oído en
la penumbra de su habitación, pero verlo materializarse era otra cosa. Sus
manos sudaban, y un cosquilleo eléctrico le recorría la espalda. Observó a
Sandy mientras ella avanzaba hacia la barra, su cabello castaño cayendo en
ondas sueltas sobre los hombros, su sonrisa traviesa encendiendo el ambiente.
Sabía lo que venía, y la anticipación lo tenía al borde del delirio.
Ella se apoyó en la barra con una pose estudiada, dejando
que los leggings verdes resaltaran la redondez de su trasero y la curva de sus
piernas. Tom tragó saliva, imaginando cómo se sentiría esa tela bajo sus dedos,
cómo se ajustaba a cada rincón de su cuerpo. Pero esa noche no era para él, no
directamente. Era para ella, para el juego, para el extraño que pronto entraría
en escena.
Y entonces lo vio. Un hombre alto, de pie al otro lado del
bar, sosteniendo un vaso de bourbon con dedos largos y elegantes. Vestía un
traje gris oscuro, cortado a medida, que abrazaba sus hombros anchos y su
cintura estrecha. Su cabello negro caía en mechones perfectamente desordenados,
y sus ojos, de un verde intenso, se encontraron con los de Sandy como si el
destino los hubiera alineado. Gabriel, se presentó después, con una voz
profunda que parecía vibrar en el aire, un sonido que Sandy sintió en la piel
antes que en los oídos.
Ella le devolvió la mirada, dejando que sus labios se
curvaran en una sonrisa lenta, casi felina. No necesitaron palabras para
entenderse; el lenguaje de sus cuerpos habló primero. Sandy inclinó la cabeza,
dejando que un mechón de cabello rozara su mejilla, y se giró hacia la barra
para pedir un trago, consciente de que él la seguía con la vista. Gabriel se
acercó, sus pasos seguros, y se detuvo a su lado, tan cerca que ella pudo oler
su colonia: madera y cítricos, con un toque de algo más oscuro, más peligroso.
"¿Puedo invitarte a una copa?" preguntó él, su voz
deslizándose como terciopelo. Sandy giró el rostro hacia él, sus ojos marrones
brillando con picardía.
"Depende de lo que tengas en mente después",
respondió ella, su tono juguetón pero cargado de intención. Gabriel sonrió, una
chispa de desafío en su mirada, y pidió dos copas de vino tinto. Mientras el
barman las servía, sus dedos rozaron los de Sandy al pasarle el vaso, un
contacto breve pero deliberado que le erizó la piel.
Tom, desde su rincón, sintió que el aire se volvía más
denso. Cada gesto entre ellos era como una corriente que lo atravesaba, un
preludio a lo que sabía que vendría. Sus manos se movieron casi por instinto,
deslizándose bajo la mesa, rozando la tela de sus jeans. No podía apartar la
vista de Sandy, de la forma en que inclinaba el cuerpo hacia Gabriel, de cómo
sus labios rozaban el borde del vaso mientras bebía, dejando una marca tenue de
lápiz labial rojo.
La conversación entre Sandy y Gabriel fue breve, un
intercambio de frases cargadas de dobles sentidos. Él le habló de su trabajo
—algo vago sobre finanzas internacionales— y ella le respondió con historias
inventadas sobre sus noches en bares como este, dejando caer pistas de su
naturaleza aventurera. Pero las palabras eran solo un puente hacia lo
inevitable. Cuando Gabriel posó una mano en la cadera de Sandy, ella no se
apartó. En cambio, se acercó más, dejando que sus cuerpos se rozaran, que la
tela de los leggings verdes se tensara contra su piel bajo la presión de sus
dedos.
Ella giró la cabeza hacia Tom por un instante, sus ojos
encontrándose con los de él a través del bar. Fue una mirada fugaz pero
intensa, un mensaje silencioso: Esto es para ti. Tom sintió que su respiración
se detenía, que el calor lo inundaba. Su mano se movió con más urgencia bajo la
mesa, sincronizándose con el ritmo de lo que imaginaba.
Gabriel no perdió tiempo. Con un movimiento fluido, la guió
hacia un pasillo estrecho al fondo del bar, un rincón donde las sombras eran
más densas y el ruido de la multitud se desvanecía. Allí, entre paredes de
ladrillo y un aire cargado de humedad, la escena cambió. Él la empujó
suavemente contra la pared, pero Sandy no era de las que se dejaban dominar tan
fácilmente. Con un giro rápido, lo sorprendió, girándolo a él contra el
ladrillo y presionando su cuerpo contra el suyo. Los leggings verdes se estiraron
aún más, marcando cada detalle de sus formas mientras ella se inclinaba hacia
él, sus labios a un suspiro de los suyos.
"¿Crees que puedes conmigo?" susurró ella, su
aliento cálido contra su boca. Gabriel rió, un sonido grave que reverberó en el
espacio estrecho, y respondió tomando su rostro entre las manos y besándola con
una intensidad que la tomó desprevenida. Fue un beso hambriento, inesperado,
sus lenguas encontrándose en un duelo de deseo que hizo que Sandy jadeara
contra él. Sus manos bajaron, agarrando sus caderas, tirando de ella para que
sus cuerpos se alinearan por completo.
Ella respondió con igual ferocidad, deslizando las manos
bajo la chaqueta de su traje, sintiendo los músculos tensos de su espalda. Los
leggings, esa barrera elástica, parecían amplificar cada roce; la tela se
calentaba con el contacto, y Sandy sintió cómo su propio cuerpo reaccionaba, un
pulso profundo que crecía entre sus piernas. Gabriel gruñó contra su boca, sus
dedos hundiéndose en la carne suave de sus muslos, levantándola apenas del
suelo para que sus caderas chocaran con las suyas.
Tom, desde su mesa, no podía verlos directamente, pero las
sombras que se proyectaban desde el pasillo le daban suficiente. Imaginó cada
movimiento, cada sonido que no llegaba a sus oídos. Su mano se movía con
frenesí bajo la mesa, el placer mezclándose con la adrenalina de saber que ella
estaba ahí, entregándose a otro mientras él miraba desde la distancia. Era una
tortura exquisita, un éxtasis que lo consumía.
En el pasillo, la intensidad escaló. Gabriel deslizó una
mano por la cintura de los leggings, rozando la piel caliente de su abdomen,
mientras la otra se aferraba a su trasero, guiándola contra él en un ritmo que
era casi brutal en su urgencia. Sandy dejó caer la cabeza hacia atrás, un
gemido escapando de sus labios mientras él aprovechaba para besar su cuello,
sus dientes rozando la piel sensible justo bajo su oreja. Ella lo sorprendió de
nuevo, girando con agilidad para quedar de espaldas a él, presionando sus
caderas contra su entrepierna, moviéndose con una cadencia que lo hizo jadear.
"No te quedes atrás", le susurró ella, su voz
ronca, y Gabriel respondió con un movimiento inesperado: la levantó por las
caderas, girándola en el aire como si no pesara nada, y la apoyó contra una
mesa vieja que había en el rincón. Las patas de madera chirriaron bajo su peso,
pero ninguno de los dos se detuvo. Él se colocó entre sus piernas, las manos
firmes en sus muslos, abriéndola mientras los leggings se tensaban al límite.
Sandy arqueó la espalda, sus manos buscando apoyo en la superficie, y lo atrajo
hacia ella con una fuerza que igualaba la suya.
El encuentro fue un torbellino de movimientos desesperados,
de roces que encendían la piel, de respiraciones entrecortadas que llenaban el
aire. Gabriel se inclinó sobre ella, su boca reclamando la suya mientras sus
cuerpos se movían en una sincronía salvaje, la tela de los leggings
amplificando cada sensación, cada presión. Sandy clavó las uñas en sus hombros,
un grito ahogado escapando de su garganta cuando la intensidad alcanzó su pico,
un estallido de placer que la hizo temblar contra él. Él la siguió segundos
después, un gruñido profundo resonando en su pecho mientras se aferraba a ella,
los dos jadeando en la penumbra.
Cuando todo terminó, el silencio se instaló como una manta
pesada. Gabriel se apartó, ajustándose el traje con dedos temblorosos, una
sonrisa satisfecha curvando sus labios. Sandy se bajó de la mesa, los leggings
aún marcando su silueta, su respiración agitada pero una chispa de triunfo en
los ojos. Sin decir una palabra, regresó al bar, su andar tan seguro como al
principio, aunque con un leve temblor en las piernas que solo Tom notaría.
Se sentó a su lado, su piel aún caliente, el aroma de su
perfume mezclado con algo más primal. Tom la miró, sus ojos vidriosos de deseo
y asombro, su mano aún oculta bajo la mesa, paralizada por lo que había
presenciado. Ella se inclinó hacia él, sus labios rozando su oído.
"¿Te gustó?" susurró, su voz un eco de la pasión que acababa de vivir. Él asintió, incapaz de articular palabra, perdido en la adoración que sentía por ella, por el juego que habían creado juntos.
Por Didago
0 Comments